Novela: La lucha de Achlys

"El placer aflora en sus ojos sedientos e hilarantes, aquellos ojos que tan clavados en mi memoria no dejan de observarme. Aquella mirada constante que me estudia día y noche sin descanso, siento su odio constante y el dolor que genera su corazón contraído por las batallas de un pasado. Puedo entender su necesidad de venganza, y la apoyo ciegamente en su tarea, pero jamás calmaré su dolor; jamás reemplazará mi muerte sus recuerdos, sus pensamientos, sus sentimientos, ni mucho menos, su pasado. Camino por las calles como un demonio congelado que solo cumple su castigo descargando su desesperación y su pérdida de libertad con asesinas miradas de hielo; puedo mostrarme insensible frente a cada mirada curiosa, pero veo, en el fondo de cada ojo, aquel rostro característico que me asecha gustoso."

diciembre 11, 2009

Capítulo I - Una noche de invierno

Una oscura noche de invierno, acechada por los cuervos e invadida por las frías corrientes que escapan del profundo cielo, una dama, hermosa pero despiadada, corría por los oscuros pasillos de un castillo casi olvidado. Las tinieblas, tan lúgubres como la misma muerte, se hacían presente por donde quier, dejando a sus víctimas prisioneras del miedo, acorralándolas sin piedad. Pero esta tenebrosidad, presente en cada molécula de aire que alimentaba al lugar, no podía penetrar en el corazón de la joven, que ya solo era llenado por el recuerdo y la sed de venganza.

Sus pasos, clavando los suelos, resonaban entre las paredes alejando a las ratas y alertando a los murciélagos. Sus lisos cabellos negros volaban libres a su espalda, bailando apasionadamente con el viento, mientras que las arañas que colgaban de éstos, intentaban desenfrenadamente aferrarse a la nuca de la muchacha.

Las oscuras telas libres de su vestido danzaban bajo sus cabellos en una coreografía irrepetible y las llamas de las antorchas que colgaban de la pared se agitaban violentamente con el viento producido por los veloces pasos de la dama oscura. Aquella intrusa caminaba decididamente por los pasillos del castillo sin detenerse en ningún momento a pensar por dónde seguir; pues, conocía el lugar como la palma de su mano a pesar de no vivir en él.

-¡Intrusa en el castillo!- Gritó alarmado un caballero que salía por uno de los pasillos transversales.- ¡Deténgase usted ahí!- Gritó valientemente elevando gloriosamente su espada frente al pecho de la dama. Su cabeza alzada, su altura aristocrática y su rostro serio, sereno y orgulloso mostraban su importante puesto dentro del castillo. La dama por su parte, con rostro impasible detuvo su paso, elevó las manos en símbolo de rendición y sólo sonrío.

-¿Por qué dice usted, admirable caballero, que soy yo una intrusa?- Preguntó melosamente. El hombre quedó atónito al escuchar la voz de la mujer, y entonces, en medio de aquel canto de sirenas que era para él, quedó atrapado en la belleza que ahora veía en el rostro de la dama. Aquellos labios llenos y aquellos ojos suaves y fríos a la vez: misteriosos, brillaban en medio de su piel de porcelana. Su nariz recta parecía tallada a mano, y sus cabellos oscuros enmarcaban su rostro haciéndola parecer un ángel.

Alucinado y desconcertado el caballero bajó su espada sin poder reaccionar y la dejó caer libremente al suelo, la cual hizo un sonido aturdidor por la colisión. Mas, el hombre siquiera parpadeó ante el fragor. La dama aprovechó su ya esperada reacción para bajar lentamente las manos y acercarse con cautela. Luego del tercer paso, se encontraba a sólo centímetros del hombre.

-Señor, parece un tanto aturdido, ¿Está usted bien?- Ya sabía la mujer que el hombre la escuchaba, aunque muy en el fondo de aquellas palabras brillaba el sarcasmo al saberse la culpable del estado del hombre. Fingiendo preocupación elevó su mano derecha con lentitud dirigiéndola hacia el rostro de su víctima. En cuanto su palma se posó en la mejilla del caballero, éste se derrumbó inconciente sobre el suelo. Una vez llevado a cabo su ataque silencioso la mujer giró su rostro para observar los alrededores. Al verificar que nadie la observaba continuó con su camino.

Algunos minutos más tarde, ya habiendo recorrido varios pasillos y subido y bajado largas y agotadoras escaleras, la mujer llegó a su destino. Se detuvo de golpe y lentamente subió su mirada para apreciar aquella enorme y gloriosa puerta que tanto había esperado encontrar.

-Con que aquí te ocultas.- Susurró hablando para ella misma. Segundos más tarde suspiró para luego estirar su mano y cerrar sus ojos. Contrayendo el rostro murmuró unas palabras incomprensibles y la puerta comenzó a abrirse con un fuerte crujido. Cuando ésta estuvo abierta por completo, lo que vio la dejó sin palabras: no había previsto algo así.